El autor señala que si bien en el pasado reciente se logró la erradicación de varias enfermedades graves, hoy, la mayoría de la gente en el mundo no tiene acceso a los servicios básicos de salud. Sostiene que se deben asignar nuevas prioridades a los esfuerzos en salud pública. La guerra es, por supuesto, una plaga que no ha sido erradicada a pesar del inmenso impacto que ella tiene sobre el estado de salud de poblaciones enteras. El autor propone que esos mismos esfuerzos deberían emprenderse para prevenir el surgimiento de conflictos armados y el deterioro de la salud pública. Presenta diversas formas en que el personal de salud podría contribuir a la aplicación de medidas preventivas. Doctores, enfermeras y otros profesionales de la salud están particularmente calificados para participar en esfuerzos de este tipo pues ellos permanecen en contacto con quienes resultan afectados por la guerra.
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