La obligación de establecer la distinción entre objetivos militares, por una parte, y personas y bienes civiles, por otra, constituye uno de los fundamentos de las normas internacionales que rigen la conducción de las hostilidades. Apoyándose en ejemplos concretos, el autor demuestra que gracias a los progresos del armamento y a un cambio indudable de las mentalidades, la norma fundamental de la distinción se respeta hoy mejor que en cualquier caso en el pasado, por ejemplo durante la Primera o la Segunda Guerra Mundiales. Reconoce, no obstante, que el número de víctimas civiles de los recientes conflictos es proporcionalmente mucho más alto que el de las víctimas militares. Por lo demás, las operaciones en Kosovo demuestran que los daños incidentales causados a la población forman parte de la realidad, incluso en el caso de operaciones conducidas con el material de guerra más moderno. Sobre este telón de fondo, el autor examina el alcance y los límites de las posibilidades de llevar a cabo operaciones "sin víctimas", así como sus consecuencias. Concluye recordando que sólo el respeto absoluto de las obligaciones del derecho internacional humanitario puede garantizar la supervivencia del hombre en caso de conflicto armado.
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